N° 37 - Domingo 15 de septiembre 2019
- San Lorenzo, Patrono de los mineros -
MISIÓN ATACAMA
Comunidad Atacama SS.CC.
Diego de Almagro
San Lorenzo
Patrono de los mineros
Fiesta de San Lorenzo en Inca de Oro
(Por
Teresa Aros)
Esta
fiesta ha ido creciendo año a año. Empezamos con dos bailes. Ahora llegaron
ocho. Las empresas se portaron muy bien. Nuestra tradición es hacer una pequeña
convivencia donde participen todos. Ahora viene más gente y la comunidad es
chica, así es que acudimos a las empresas. Alcanzó para todos: una colación y
un vaso de chocolate. Vinieron mis hijas a ayudarme. También nos ayudó mi hijo,
mi yerna. Ellos se preocuparon de servir a todos. Yo me encargué más de acoger
a la gente. Esa ayuda de mis hijos es lo que más me llena. La Yasna hizo el
chocolate, el Juan los arcos por donde pasó el santo. Fue muy bonito. Se le dio
más realce. Hubo una buena participación de los mineros. Ellos son los
encargados de llevar al santo. Es bonito verlos con sus cascos llevando el
anda.
La
misa fue muy bonita. Fue un acierto hacerla dentro de la iglesia. El padre
Gabriel nos había preguntado dónde la hacíamos. Yo le dije que no me gustaban
las misas de campaña, porque la gente no le pone atención, andan pa’ allá,
andan pa’ acá, que los perros… Además, hay que acarrear tantas cosas. Pusimos
parlantes para afuera y la hicimos en la iglesia. ¡Estaba lleno! La presencia
de los bailes religiosos fue importante. Ellos son gente de fe, de Iglesia.
Tienen respeto. A ellos les encargamos los servicios de la misa.
Hasta
fui a la procesión. Hacía calor, pero no importa. ¡Es una vez al año! Claro,
después me dolían las piernas… después viene el cansancio.
Encuentro pastoral de jóvenes
Del
14 al 17 de agosto nos visitó una delegación formada por 28 alumnos y alumnas
de nuestros cuatro colegios ss.cc., acompañados de algunos profesores. A ellos
se sumaron los jóvenes de nuestra pastoral juvenil.
Fue
un encuentro con actividades muy variadas: visita a Inca de Oro para conocer la
cultura de los pirquineros, talleres de danzas nortinas, temas de formación,
adoración, limpieza del lecho del río, asado en la quinta de los chañares,
velada, etc.
Fue
un encuentro entretenido que les permitió a los jóvenes conocerse más, y a los
jóvenes de Diego de Almagro dar a conocer un poco de su cultura.
Especialmente
relevantes fueron los talleres de danza, que trabajaron divididos en dos
grupos: Caporales y Tinkus. Es impresionante constatar cómo la danza puede unir
tanto.
En
fin, creo que todos terminamos el encuentro con el corazón llenito, sintiendo
que, a pesar de que somos de lugares tan distintos y de culturas diferentes,
hay una experiencia que nos une: la de ser familia sagrados corazones.
Al
final del encuentro los jóvenes se despedían diciendo: “Nos vemos en diciembre,
en el encuentro provincial”.
Capítulo provincial
Del
19 al 23 de agosto, los hermanos ss.cc. estuvimos reunidos en el 19º Capítulo
provincial, para mirar el caminar de la provincia y proyectarla hacia adelante.
Un Capítulo que por momentos fue duro, pues nos adentramos más en profundidad
en la crisis de la Iglesia por los abusos sexuales y de poder. Crisis que es
también nuestra.
Buena
parte del tiempo la dedicamos a escuchar: a representantes del grupo Mujeres
Iglesia, a una víctima de abuso sexual, a laicos y laicas ss.cc., a un
especialista en abusos desde la perspectiva forense, a una religiosa que en el
último tiempo se ha dedicado a la recepción de denuncias. Fue una escucha
respetuosa que nos hizo tomarle el peso a la gravedad del daño causado, a lo
mucho que nos hemos alejado del camino de Jesús, con la grave consecuencia de
que hemos dañado a quienes debíamos cuidar.
A
partir de esa escucha comenzamos a discernir lo que Dios nos está pidiendo. Por
un lado, en el cultivo del hombre interior. Y, por otro, en lo que tiene que
ver con una conversión pastoral.
El
Capítulo nos dio la oportunidad de vivir unos días de profunda fraternidad: de
escucharnos, apoyarnos, consolarnos, volver a soñar en el futuro. Nos ayudó el
hecho que no teníamos que salir con documentos listos, pues nos queda una
última sesión en octubre.
El
broche de oro del Capítulo fue la celebración de los votos perpetuos de Atilio
Pizarro y Rafael García. Una celebración en la que se podía gustar una Iglesia
diferente: joven, inclusiva, sencilla, de una alegría contagiante. Fue un
verdadero regalo, como una caricia de esperanza después de los duros días del
Capítulo.
BREVES
Encuentro de formación de las CCBs
El
sábado 20 de julio, Paola, Estela y Ofelia -guías de Comunidades Cristianas de
Base (CCB)- y Alex, participaron en un encuentro de formación en Copiapó. Había
unas(os) 60 guías en total. La formación estuvo a cargo de la hna. Margarita
Westwood de la Congregación de las Hijas de Jesús.
La
mañana estuvo dedicada a compartir sobre la vocación laical y la visión de
Iglesia contenida en el magisterio del Papa Francisco. En la tarde se
estudiaron las principales características de las comunidades cristianas en los
primeros siglos de la Iglesia.
Toda
la formación se desarrolló utilizando una metodología participativa en pequeños
grupos. La verdad es que da gusto ver un laicado tan activo, tan bien formado y
tan consciente de su misión en la Iglesia.
La
parroquia Espíritu Santo tiene en estos momentos seis CCB, lo cual es un
verdadero regalo de Dios, y plantea el desafío de acompañarlas, animarlas y de
promover el surgimiento de nuevas comunidades.
Cumpleaños 90 de Raúl Orellana
El
jueves 15 de agosto en la noche celebramos la Inmaculada Concepción y los 90
años de nuestro diácono Raúl. Fue un encuentro lleno de cariño hacia él. En la
misa se destacó todo lo que Raúl y su esposa Raquel (QEPD) han hecho por la
comunidad. Cómo la sostuvieron en los momentos difíciles, cómo han sido
testimonios firmes de fe y de preocupación por los más necesitados,
especialmente los enfermos y los pobres.
Después
de la misa nos sentamos a la mesa para compartir unos ricos sándwiches de
mechada que había preparado Claudio ss.cc. ¡Estaban deliciosos! También fue muy
grata la presencia de algunos familiares de Raúl que quisieron acompañarlo en
esta fecha tan significativa.
Al
inicio Raúl no quería celebraciones, pero luego quedó feliz con la celebración
que preparó la comunidad. Simplemente se dejó querer.
Fiesta de San Alberto Hurtado
El
domingo 18 de agosto celebramos la fiesta de San Alberto Hurtado en la capilla
del mismo nombre. Llegaron a esta celebración los bailes de la parroquia y
miembros de las comunidades. Nos recibió una comunidad orgullosa con los
arreglos que habían hecho en la capilla, en preparación a esta fiesta. La
verdad es que estaba todo muy bonito.
Después
del saludo de los bailes salimos en procesión por las calles de la Villa 4 de
octubre. Y después de la procesión celebramos la eucaristía. Todo terminó con
un compartir en el que comimos y bebimos muchas cosas ricas que la comunidad
había preparado con cariño.
La
comunidad dueña de casa estaba contenta porque los años anteriores esta
celebración en memoria de San Alberto Hurtado consistía solo en la celebración
de la eucaristía. Y este año, la fiesta adquirió mucho más realce con la
presencia de los bailes religiosos de la parroquia.
Rostros-
TERESA AROS
Díganos su nombre y cuéntenos algo de su experiencia en la Iglesia.
Me
llamo Teresa Auristela Aros Ossandón, tengo 74 años. El 15 de octubre cumplo
los 75. Ese mismo día están de cumpleaños mi hija mayor y mi esposo (QEPD). Así
que la fiesta en la casa siempre era grande para los 15 de octubre.
Llevo
en la Iglesia toda una vida. Yo recuerdo que en Combarbalá vivía con una
tía,
Carmela, que no era mucho de ir a misa. Pero íbamos para todas las fiestas
religiosas. Vivíamos a cuadra y media de la iglesia. Ella me llevaba al mes de
María. Yo me dedicaba a contar las lucecitas de los altares. A veces me quedaba
dormida. Cuatro casas más allá, vivía la señora Teresa Álvarez. Ella fue la
que, junto con mi tía, me inició en la fe. Los domingos en la mañana,
tempranito, golpeaba a mi puerta y me gritaba “ya, vamos a misa”. Yo me ponía
rápido la ropa que había dejado lista la noche anterior y partía con ella. Mi
tía Carmela trabajaba mucho porque era lavandera y se pasaba todo el tiempo
lavando y planchando. Me acuerdo que de muy niña iba con ella al grupo de la
Virgen del Perpetuo Socorro. Ahí aprendí a rezar el rosario. Me subían a los
altares para que le limpiara la carita a san Isidro (que tenía una túnica
completamente negra) y san Antonio, que estaba al ladito. Y al otro lado, el
Corazón de Jesús.
Ellas ya eran viejitas. Yo tenía como 8-9 años.
Cuéntenos algo de su familia
Mi
mamá, Florina, y mi papá, Pablo, son de Combarbalá. Muy católicos: bautizados,
casados por la Iglesia. Se preocuparon de que todos nosotros tuviésemos los
sacramentos. Éramos una familia católica. Yo soy la número tres de seis
hermanos (cinco mujeres y un hombre). Mi mamá era dueña de casa, muy pobre,
hasta que se vinieron a Inca de Oro. Mi papá se vino a trabajar como sereno en
la planta San Pedro. Ahí se nos compuso la suerte. En Combarbalá él era zapatero.
La vida no era muy fácil, ¡con tantos niños y con la vida dura de esos años!
Ellos vivían en una ramada, no tenían casa. Mi mamá quedó huachita a los seis
años. Ella trabajaba en cualquier cosa: lavando, planchando, hacía de todo.
Yo
nací en Combarbalá. Me vine el año 45 cuando tenía 1 año. Desde el año 61 no me
moví más de Inca de Oro. Antes de eso me la pasaba entre Combarbalá e Inca de
Oro. Viví muchos años con mi tía, para que no quedara sola; por eso venía a
Inca solo de vacaciones. Iba y venía.
Mi
infancia fue bonita, pero muy pobre. Antes había mucha pobreza, no como ahora.
Yo en Combarbalá era viandera. Les llevaba la vianda a las profesoras. Se usaba
llevarles la comida en viandas, de los restaurantes, los clubes sociales, del
club obrero. Me la pasaba acarreando viandas. Además, había una señora que
vivía en la esquina que me buscaba para que le cebara el mate: la señora
Elbita, que era cieguita y por eso no podía prepararse el mate sola. Me daba
algo de plata. Todo eso lo hacía antes de ir a la escuela. En Combarbalá había
gente que cultivaba violetas, así es que yo iba a trabajar cortando violetas y
haciendo ramos. Me buscaban para que fuera a cortar violetas. Yo tenía como 6 o
7 años. Hubo un tiempo en que cuidé una guagüita de una profesora, un niñito.
Ella me buscó porque, no sé, tal vez le caí bien. Yo iba cuando no tenía
clases. Tenía que lavarle toda la ropita y cuidarlo. Ahí tenía como 10 años. Me
gustaba eso. Después me tocó cuidar a los míos.
¿Extrañaba a sus padres?
Sí,
los echaba de menos. En esa época viajaba mucha gente de Combarbalá a Pueblo
Hundido a buscar trabajo, y yo viajaba sola. Mi tía me encargaba con cualquiera
que fuera a Pueblo Hundido. ¡Era chica! Una vez pasé una Navidad en el tren, en
La Serena. Recuerdo que un caballero nos regaló unos costureros de conchitas,
¡muy bonitos! Nos regaló a varias personas que veníamos en el carro. Pasé el 24
de diciembre en la noche en el tren. En esa época el viaje demoraba ¡30 horas!
El
año 1961 me vine definitivo a Inca. En esa época ya no estaba el auge del oro
(que duró como hasta el año 45, después fue decayendo). Todavía había casas de
citas, cabarets, negocios, pero no los negocios grandes de antes. Había dos
bombas bencineras.
Cuando
llegué a Inca de Oro, lo primero que hice fue trabajar en una verdulería.
Trabajé ahí como dos años y medio. Me casé mucho después con mi esposo que era
pirquinero artesanal, que trabajaba a lo bruto no más: en las minas, en los
desmontes, donde pudiera sacar orito… tenía las puras ganas. Trabajó en las
minas desde niño. No estudió nada. La situación económica era muy difícil.
¡Hubo un año que le fue tan mal! Él era muy bueno para fumar y, como no tenía
plata, se paraba fuera de la casa, en una esquina, para ver si pasaba alguien
que le convidara un cigarrito. No había para nada. Ahí entré a trabajar al
“Mínimo” [N.E.: El “Mínimo” era un plan de trabajo en los años de dictadura
militar -por los altos índices de pobreza- en que a le gente se le pagaba el
sueldo mínimo de esa época] y pudimos levantarnos un poquito. Pero criamos a
todos los niños. No les dimos buena educación, pero son técnicos que hoy pueden
defenderse de lo más bien. Yo trabajé de lavandera, cosiendo, bordando,
tejiendo a crochet; es mal pagado el crochet, pero igual lo he trabajado harto
y me ha servido mucho.
Cuando llegó a Inca de Oro ¿había una comunidad cristiana?
Sí,
había una comunidad con muchas señoras, de las cuales ya no queda ninguna. Unas
están en Copiapó, otras están muertas. Era bonita la comunidad. Eso me llamó la
atención. El año 71 me integré… el día que falleció mi padre. Él murió de
manera inesperada a los 69 años. Yo estaba con mi mamá en Inca de Oro y mi papá
tenía que viajar desde Combarbalá, porque había ido de visita por unos días.
Justo estábamos celebrando el cumpleaños de mi mamá y comentábamos: “¿Se habrá
subido al tren?, ¿vendrá viajando?”. Cuando el papá se iba a embarcar, justo
cuando iba a mostrar el boleto en la estación, le dio un infarto muy grande y
cayó muerto ahí mismo. Nosotros supimos como a las 10 de la noche. Cuando mi
mamá supo se puso a gritar y se desmayó. Yo tuve que arrastrarla a la cama. Ahí
el padre Bernardo vino a nuestra casa. Le hicimos la misa al papá en la
capilla. A partir de ahí ya no dejé la comunidad.
¿Y a qué edad murió su madre?
Ella
murió cuando tenía 78 años. De un cáncer uterino. Cuando supimos que tenía
cáncer tuvimos que irnos a Santiago por un buen tiempo. Para mí fue muy
doloroso dejar a mi familia, pero nunca me separé de mi mamá, así es que la
acompañé a Santiago. Íbamos muy asustadas porque no conocíamos Santiago. Para
nosotros Chile se acababa en Combarbalá. Pero ahí yo me acordé de la Señorita
Julia Planella -profesora de la Universidad de Chile- que había estado relegada
en Ica de Oro y me había dicho: “Si necesitas algo, llámame”. Cuando ella llegó
relegada tenía miedo de quedarse en la capilla sola. Ella era de buena familia.
Yo le dije: “Mire, yo soy muy pobre, pero si arreglamos un cuartito en mi casa,
Ud. se puede venir a vivir conmigo”. Así lo hicimos. Ella vivió conmigo los
tres meses que estuvo relegada. Así es que cuando llegamos a Santiago ella nos
estaba esperando. Nos acompañó a todas partes. Yo viví cuatro meses con ella y
con su hermana, en su departamento. Me quedé ahí hasta que murió mi madre.
¿Cuántos relegados hubo en Inca de Oro?
Fueron
32. Yo también fui cercana con el cura Maroto. Él tenía problemas para caminar,
así es que yo lo acompañaba cuando tenía que ir a almorzar en una pensión. Él
se tomaba de mí, así es que cruzábamos el pueblo tomados del brazo. La gente me
decía: “Teresa, tenga cuidado, porque ese hombre es peligroso”. Pero a mí eso
no me importaba. Una vez llegaron dos jóvenes que habían sido detenidos en La
Pintana. Los habían sacado de la cama y los mandaron relegados. ¡Llegaron sin
zapatos! Así es que nos pusimos a buscar ropa para ellos. Los relegados no
podían alejarse más de 200 metros del pueblo.
¿Conoció a don Fernando Ariztía?
Mucho.
Él era muy amigo de mi marido, que en ese tiempo no sabía nada de religión,
nada. Yo lo empecé a llevar a la capilla y fue aprendiendo de a poquito. Cuando
don Fernando llegaba a la casa se tomaba su cafecito con mi esposo, después de
la misa. Porque yo antes vivía al lado de la capilla. La capilla no tenía baño,
así es que ocupaban el baño de mi casa.
Él
era muy allegado a la gente. Sabía llegar a la gente. Conversaba con todo el
mundo antes de empezar la misa. Estuvo viniendo en una época en que nos quedaos
sin sacerdote. Se venía temprano. Le gustaba recorrer, estar con los niños. Era
muy de piel. Todavía conservo la carta que me envió con las condolencias por la
muerte de mi esposo…
Cuéntenos de su propia experiencia de fe.
Mi
fe la vivo en comunidad. Aunque aquí no hay una comunidad grande, pero trato de
llevarme bien con todos: mis hijos, mis vecinos… aunque son evangélicos y se
ponen a cantar y a gritar… pero eso a mí no me importa.
Con
la que he caminado siempre es con Verónica. Cuando ella empezó a preparar a sus
hijas para la primera comunión no era bautizada. Ella no sabía ni persignarse.
De ahí ella se aferró a mí y yo a ella también. Fuimos dando pasos juntas,
hasta el día de hoy. Yo soy su madrina de bautizo, también de confirmación y de
matrimonio. Vivo mi fe no tan sólo en la Iglesia, la vivo en la comunidad en
general: en el pueblo, en centros de madres, cuando trabajé en el Mínimo. Allí
donde he estado, he sabido comportarme, llevar la palabra del Señor, como él
nos dice. Para mí Dios, el Señor, es lo más importante. En las noches, cuando
ya no tengo nada que hacer, después de las novelas, apago la luz… ahí son mis
momentos de oración, de reflexión: pienso cómo me ha ido en el día, qué he
hecho mal, cómo me he comportado con mi hijo… todo eso.
No hemos hablado de sus hijos…
¿cuántos hijos tiene?
Tengo
dos hijas: Yasna y Nilsa; y dos hijos: René y Juan… y uno que me mataron en
Copiapó, el 6 de febrero de 2013, Manuel. Una mujer le dio una puñalada y se
desangró. Yo le había hecho ver tantas cosas, pero no quiso escucharme… pero la
vida continúa. Él está en mejor vida, porque si hubiese seguido aquí, a lo
mejor estaría en la cárcel. Y hubiese sido más doloroso para mí. Es la vida que
él eligió vivir. No fue porque no tuviese alguien que lo aconsejara. Yo lo reté
para que fuera por el camino derecho, para que no se saliera del camino. Solo
Dios sabe las cosas. Llega un momento en que como madre una ya no puede hacer
nada.
Además,
tengo 10 nietos y 2 bisnietos. Ha sido lindo ser abuela y bisabuela. Una
malcría. Las mamás están para que críen. Uno los consiente en lo que quieren.
Los veo seguido. Vienen siempre a verme.
¿Cómo vive esto de tener más años, estar más enferma?
Yo
lo vivo tranquila, a pesar de que a veces, por la enfermedad, ando tan decaída
que lo único que quiero es estar botada, no levantarme… al rato estoy bien y
listo, se pasa… me olvido. Estoy bien, gracias a Dios.
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