viernes, 31 de mayo de 2019



N° 34 -  jueves 25 de Abril de 2019 
- Arrodillados pero no Derrotados -

MISIÓN ATACAMA

N° 34 – Jueves 25 de Abril de 2019
Comunidad Atacama SS.CC.
Diego de Almagro



 ARRODILLADOS PERO 
NO DERROTADOS

Conmemoración en el Machu



El lunes 25 de marzo realizamos una velatón conmemorativa de los cuatro años del aluvión del 2015. Invitamos a todos los que quisieran a reunirnos en el Machu (así le dicen al “Machupichu”, un cerro que queda en medio de la ciudad). Quisimos hacerlo ahí, porque este cerro fue muy importante en el aluvión. El relato que sigue, de Jimena Lamas, nos cuenta algo de lo que allí sucedió:

“Como el agua seguía subiendo, nos dijeron que teníamos que salir de ahí, por precaución. Y si se hacía tarde, ¡cómo salíamos! Así es que, después de darle algo de comer a los niños (Matías de 12, Lucas de 10 y Francisca de 5 años), tuvimos que subir al Machu. Eran como las 10 y media de la mañana.
En el Machu había mucha gente, mucha (poco más de 800). Una vecina se nos descompensó, porque era diabética; estaba muy afectada por tanto movimiento, no la podíamos hacer reaccionar. Sinceramente, lo único que me preocupaba era que los niños no percibieran lo fuerte que estábamos pasando. Yo soy super fuerte. Por eso traté de no mostrarme con miedo. Fue un momento no más: cuando vi que entró el barro, se me cayeron unos lagrimones y como yo soy mala para llorar, como que a los niños les causó hasta gracia… “¡Mi mamá está llorando!”
Cuando partimos al cerro eché en una mochila leche, traté de echar lo que más pude, subí al cerro con ellos cargados de frazadas y otras cosas. Ahí en el Machu les acomodé un ladito para que pudieran estar. Y llegaba mucha gente, mucha. Hubo dos jóvenes que subían y bajaban el cerro trayendo cosas: una cocina, ollas, paquetes de arroz. La verdad es que pasaban las horas y yo con otra señora que también andaba con niñitos, decidimos ponernos a cocinar algo, porque de lo contrario nadie iba a comer nada. Mucha gente estaba muy afectada, entonces, no hacían nada. Los jóvenes trajeron un balón de gas, una cocina, y armamos todo ahí. La verdad es que nunca en mi vida había cocinado tanto arroz. ¡Fueron como siete kilos! Hacíamos una olla, luego otra…Era tanta gente y nos alcanzó para todo el mundo. Cocinábamos, cocinábamos, cocinábamos. Cuando estaba listo un kilo de arroz, de inmediato preparábamos el otro kilo. Y así, empezamos por darle a los niños, a los que estaban enfermos, a los adultos. Las dos no más hicimos todo. Empezamos a almorzar como a las tres de la tarde.
Nosotros estábamos en un sector, pero hay otro sector en que había otro grupo de personas en las mismas condiciones, también cocinando. Arriba tienen como un museo y hay un bar, y nosotros nos metimos adentro de ese local. El baño estaba afuera, así es que yo salía de vez en cuando a respirar un poco, porque imagínese la cantidad de gente que había ahí… Y había mucha gente afuera, que estaban en carpas. Y seguía lloviendo, eso era lo terrible. Uno miraba desde arriba del cerro y se veía todo café, no se distinguía nada.
Como a las seis de la tarde yo bajé de nuevo del cerro, porque no tenía ropa para ponerle a los niños -estaba ya muy húmedo- y no quería que se me enfermaran. Así es que bajé, me metí de nuevo a la casa. Ya el agua había arrasado con todo: las camas estaban bajo el barro, los sillones… ¡y seguía subiendo el agua! Siguió pasando la hora y empezó a oscurecer, no había luz en ninguna parte. Cuando ya estaba de vuelta en el cerro empezó a salir la neblina, yo acomodé a los niños en un rincón: los tapé, los acosté. La verdad es que durmieron toda la noche. Mis ángeles se portaron un siete.
Yo no dormí nada. La verdad es que después ni siquiera había un lugar para sentarse. Yo acosté a los niños y, como había tanta gente que uno no había visto nunca (hombres, adultos, gente del circo, señores de empresa), puse una silla frente a los niños y me senté a cuidarlos mientras dormían.
Yo estaba muy mojada. De hecho, quedé con lo puesto…estaba embarrada entera, y no me preocupé de sacar ropa para mí, la verdad es que me preocupé del resto, nada más. La verdad es que ni siquiera tenía frío, estaba muy helado… fue cansador sí, muy cansador, porque era mucha gente y como mamá uno es preocupada y desconfiada. Entonces, me daba miedo dormirme teniendo a los niños ahí, y tanta gente durmiendo alrededor. A ratos me paraba y salía un poco para ver si dejaba de llover, volvía a entrar, volvía a salir. La verdad es que era una total oscuridad, total. Y afuera se escuchaban los golpes, los cilindros de gas que reventaban; se escuchaban explosiones afuera. Era horrible. Había mucha humedad. La hora no pasaba…hasta que gracias a Dios amaneció, dejó de llover, se fue la neblina.
El paisaje era catastrófico, terrible. Solo veías barro a tu alrededor. Porque, después se fue el agua, pero el barro quedó, quedó pegado; así es que bajamos. Las vecinas me dijeron: “Vecina, ¿y qué va a hacer?”. Como que yo era la más decidida parece, porque ellas me preguntaban a mí. “¿Nos quedamos acá?”. Yo les dije: “No, yo voy a bajar a ver si podemos estar en la sede de la junta de vecinos; ¡vamos para allá!, nos dijeron que podíamos estar allá si es que no hay barro”. Así es que bajé y las vecinas me siguieron todas. Éramos como 20.”






  

La noche del acto conmemorativo estaba agradable, no corría viento ni hacía frío. El ambiente era de paz y tristeza. En algunos momentos también nos reíamos cuando contaban las cosas divertidas que se vivieron en el Machu.
Después de reuniros a los pies del cerro encendimos nuestras velas y subimos en silencio. Lo primero que hicimos fue recordar a los hombre y mujeres y jóvenes que fallecieron ese día: Sebastián Cortés (un joven que falleció al quedar atrapado cuando intentaba cruzar el río), Fernando Ramírez y Oscar Ledezma (ambos camioneros), Raquel Gallardo (fue arrastrada por el río cuando el agua destruyó su casa), Álvaro Plaza (cadete de bomberos que cayó al cauce del río desde el techo del carro de bomberos cuando rescataba a un grupo de personas. Su cuerpo no ha sido encontrado. Varios integrantes del Cuerpo de Bomberos de Diego de Almagro estaban presentes en este homenaje) y José Espinoza (murió aplastado por un muro). Por cada uno de ellos encendimos una fogata, mientras cantábamos y orábamos.


Luego, subimos hasta la parte más alta del cerro. Allí compartimos lo que llevábamos para comer (mate, churrascas, sopaipillas, roscas, té, café, etc.), escuchamos algunos testimonios y nos deleitamos con un entretenido canturreo.
Especialmente emotivas fueron las palabras de los hermanos Javier y Macelo Castro. Javier dijo: “El aluvión nos puso de rodillas, pero no nos botó”. Y Marcelo recordó cómo fueron algunos vecinos los que tuvieron que gestionar la crisis y tomar las decisiones ante la ausencia de las autoridades. Recordó especialmente a los operadores de cargadores frontales y retroexcavadoras que salvaron a mucha gente, arriesgando sus vidas.
Fue una hermosa noche. Varios de los participantes comentaban al final que había sido un momento sanador; que habían recordado lo vivido con más paz, sin tanta angustia. Y agradecían a la comunidad parroquial por haberlos convocado.

Cambio en el equipo: sale Aós, entra Pizarro


El sábado 23 de marzo amanecimos con la noticia del traslado de nuestro obispo Celestino Aós a la Arquidiócesis de Santiago como Administrador Apostólico. Fue una sorpresa para todos. Justo estábamos en la Asamblea Diocesana en Copiapó, así es que don Celestino pudo contar lo que estaba viviendo y sintiendo con este cambio. Todos comprendíamos el tremendo desafío que tenía por delante: asumir la Arquidiócesis en un contexto tan complejo y en medio de una grave crisis. Él se veía tranquilo y confiado.



Recién el martes 23 de abril Mons. Aós vino a Copiapó a buscar sus cosas (había tenido que salir tan rápido para Santiago que no había podido llevarse casi nada) y aprovechó de tener un almuerzo de despedida con las religiosas, los diáconos y sacerdotes, además de una misa solemne con el Pueblo de Dios de Atacama. Fue una hermosa oportunidad para agradecerle todo lo que entregó a esta diócesis.
Y como la sede de Copiapó quedó vacante y no se nombró desde Roma un administrador apostólico, tuvo que reunirse el Consejo de Consultores que eligió a Jaime Pizarro, actual párroco de Chañaral, como Administrador Diocesano.

Semana Santa



Una hermosa Semana Santa tuvimos como comunidad parroquial. Acompañar a Jesús en su pasión, muerte y resurrección a través de la liturgia nos ha dejado contentos, animados, resucitados. Así constatamos una vez más que celebrar no es solo recordar, sino revivir.
Especialmente bella fue la celebración del Domingo de Ramos a cargo de la catequesis. Los niños, revestidos de blanco, llevaban carteles y ramas de palmeras en sus manos. Los mismos niños hicieron una conmovedora lectura de la pasión.



El Jueves Santo, preparado por las comunidades, nos sorprendió con una Iglesia dispuesta para una cena, con las bancas en torno al altar, adornado con hojas de parras, velas, panes y uvas. Especialmente bellos fueron el lavado de pies y la adoración al final de la celebración.
El Via crucis, preparado por los bailes religiosos fue particularmente hermoso, con bellas estaciones, con mucha gente acompañando. Especialmente significativas fueron la estación preparada por la pastoral del migrante en la que nos invitaron a comer “pululos” y “papas a la huancaína” de Perú y unos ricos bocados de Colombia. Fue en medio de la Villa Latina, un campamento en el que viven muchos migrantes, peruanos y, especialmente, colombianos. La estación preparada por la pastoral social estaba muy bien ambientada. Allí recordábamos el encuentro de Jesús con María, los cuales estaban representados por dos maniquíes cuidadosamente vestidos. Las encargadas de la estación confeccionaron esas ropas especialmente para el vía crucis. En la estación que preparó la pastoral juvenil recordamos a aquellos jóvenes que sufren en las escueles y liceos de Diego de Almagro por el bullying. En el suelo había una cruz hecha con sus mochilas. Ahí se les pidió a todos que, en unas palomitas blancas, escribieran aquello que le querían regalar a los jóvenes. En la XIII estación recordamos a los mineros, especialmente a Marcelo Aedo, fallecido recientemente en una manifestación en la subida a Potrerillos. Allí la cruz fue iluminada con las lámparas que utilizan en sus cascos. Luego, fueron los mismos mineros que cargaron la cruz hasta la última estación. En la última estación se puso en la cruz un corazón que tenía un árbol dibujado en el centro. De las raíces de este árbol salían cintas que eran sostenidas por la gente. Así se quiso simbolizar esa vida nueva que brota de la cruz y, más específicamente, del corazón de Cristo. Esa vida es la raíz de nuestra fe.


La vigilia pascual, preparada por la Comunidad Enrique Moreno fue especialmente bella. Una solemne liturgia del fuego, una liturgia de la palabra acompañada por un perfecto canto de los salmos. El ambiente era de alegría, de una sencilla fraternidad. Al final de la celebración todos recibimos unos frasquitos con agua bendita. Y rematamos compartiendo un rico chocolate con roscas y torta.
(Gabriel) También en Inca de Oro se vivieron todas las celebraciones de la semana santa. Fueron celebraciones sencillas y familiares. No nos complicamos demasiado. Es un caminar con un pueblo pobre y humilde. Las celebraciones son casi personalizadas: uno espera que llegue tal vecino, tal vecina, tal familia de la catequesis, el que está mirando en la calle tiene nombre... todo es con nombres. En el via crucis la gente quedó muy contenta y algunos comentaron que hace 25 años que no pasaba el via crucis por el sector que queda al otro lado de la línea del tren. Fue muy significativo para la gente un gesto que hicimos en el momento de la consagración de la vigilia pascual: cada uno de los asistentes tomó un pan y lo levantó en el momento de la elevación del Cuerpo de Cristo. Luego, lo dejaron de nuevo en la gran mesa al centro de la capilla y prosiguió la consagración. El día sábado fue René Vallejo a tocar la guitarra. Y antes de comenzar la vigilia pascual, como una manera de convocar a la gente, simplemente se puso a cantar. Cantó varias canciones. Fue un momento muy bonito. Un niño chico (bien chico) le dijo: “¡Que cantas bonito!”. Él se puso muy contento. Para mí fue un sencillo gesto pascual.


Breves

Concierto “Ruta de los violines para reparar el alma”



En el marco de l conmemoración de los cuatro años del aluvión del 2015, recibimos el sábado 30 de marzo a la “Agrupación Suzuki” de Copiapó con el concierto “Ruta de los violines para reparar el alma”. Fue un hermoso concierto presentado por niños, jóvenes y adultos y, también, dos exalumnas que se han dedicado a la música de manera profesional. Desde piezas básicas hasta otras más complejas nos fueron deleitando con sus armonías y cuidadas interpretaciones. Los que asistimos quedamos felices con este regalo y con el alma un poco más reparada.


Visita de Rafael Silva y Patricia Abarca



Los días lunes 25 y martes 26 de marzo recibimos la visita de Patricia Abarca y Rafael Silva. Además del interés por conocer la zona y la parroquia, aprovecharon para reunirse con Alex Vigueras para trabajar en torno a temas referentes a la Causa de Canonización de Esteban Gumucio y al trabajo en las parroquias. Patricia aprovechó de participar también en la “Velatón en el Machu”. Quedaron muy impresionados por la belleza del desierto y por la realidad minera de estas tierras de Atacama.





 Rostros: Patricio Paries


Cuéntenos algo de su trabajo y su familia

Soy contador, he trabajado ya durante 43 años en Diego de Almagro (DDA). Mi familia la forman mi señora, Edubina, y cuatro hijos: dos viven en la V región (en Viña del Mar y Quilpué) y dos en Copiapó. Tengo tres nietas.

¿Cómo llegó a DDA?
 Por causa del golpe militar. El año 73 yo estudiaba para contador público en la Universidad de Chile, sede Iquique. Mi familia vivía en ese tiempo en Recoleta y yo era el primero que salía a estudiar a la Universidad. Mi padre trabajaba como chofer de micros en Santiago. Los ingresos no eran buenos. El primer semestre no me había ido muy bien: me sentí con más libertad y no me dediqué a estudiar de verdad. Para tener algunos ingresos postulé a unas bolsas de trabajo que ofrecía la Universidad y entré a trabajar en una pesquera (en esa época la pesca era el fuerte del norte de Chile). Yo estudiaba en horario verpertino, así es que podía trabajar. De a poco fui escalando en esa empresa. El 73 me trasladaron al astillero de la Marco Chilena como jefe de personal, un cargo político. Tenía 23 años. Yo era militante del Partido Socialista (PS), no era dirigente. Ese año habíamos logrado sacar nuestra lista en las elecciones del Centro de Alumnos de la Universidad.
En esa época la Marco Chilena tenía serios problemas por la división de sus dos sindicatos por motivos ideológicos. Era tanto, que los partidarios del gobierno trabajaban de día y los opositores de noche. Después del golpe, el 20 de septiembre se reabrieron las empresas y entré a trabajar al mando de un Capitán de Corbeta que actuaba como delegado militar. Pocos días más tarde -el 29 de septiembre- me detuvieron y me llevaron al Regimiento de Telecomunicaciones de Iquique. Ahí me interrogaron preguntándome reiteradamente por las armas que, supuestamente, teníamos escondidas. El PS -dirigentes y militantes- fue el primero en caer en esos primeros días después del golpe. Después cayó el PC.
Estuve como un mes en el regimiento, hasta que a comienzos de noviembre nos enviaron a Pisagua a toda la plana mayor y militantes del PS. Allí, a fines de noviembre, tuvimos que enfrentar un consejo de guerra. Hace poco caí en la cuenta de que ese consejo de guerra fue el último que realizó Arellano Stark en la Caravana de la Muerte.  Fui condenado a pasar tres años de relegación en Pueblo Hundido (así se llamaba antes Diego de Almagro). Eso significaba que no habían encontrado razones para inculparme. Después de ese consejo de guerra fuimos 30 personas las relegadas, cinco fueron fusiladas y a los otros les dieron 10 y hasta 20 años de cárcel. La mayoría de los relegados fueron destinados al sur; solo a tres nos mandaron para pueblos del Norte: yo a Pueblo Hundido, Ulises Zambrano a Inca de Oro y Daniel Rojas a Domeyko. Estuve en Pisagua poco más de dos meses.
Me ocurrió en Pisagua que en cierta ocasión estuve esperando como dos días para que me interrogaran. Me sacaron de la celda y me dejaron en un baño con guardia y todo. Pero, luego, se olvidaron de mí. De repente alguien se dio cuenta de los cambios de mi guardia y de que estaban llevando comida para alguien. Recién ahí me interrogaron. Ese interrogatorio fue al aire libre, frente al teatro municipal de Pisagua, a pocos pasos de la playa. Me interrogó un capitán que volvía a preguntarme por las armas. En el teatro estaban presas las mujeres. De repente, en medio del interrogatorio el capitán se aleja, dejando ahí su arma de servicio. Y escucho la voz de una mujer que me dice: “No te muevas, no hagas tal de moverte y tomar esa arma. Te están observando”. Por eso supe que ahí estaban presas las mujeres. Al parecer mis captores me estaban tendiendo una trampa…
El 8 de diciembre nos trasladaron a la cárcel de Iquique. Se suponía que íbamos a pasar allí Navidad y Año Nuevo, pero como a las 9 de la noche nos dicen que tenemos que partir para Antofagasta. Pasaba por ahí un vehículo que trasladaba dos presos a la cárcel de seguridad de La Serena y tenía espacio. Así es que nos embarcaron ahí. Cuando llegamos a Antofagasta les solicitaron los papeles que autorizaban nuestro traslado; y como no tenían ni un papel, no nos dejaron seguir y nos retuvieron en la cárcel de Antofagasta. Ahí nos quedamos como 15 días esperando nuestros papeles, en un pabellón destinado a los presos políticos. Poco antes de Navidad nos dejaron salir, con la obligación de reportarnos en 48 horas en la comisaría de nuestro lugar de relegación. Ahí tomamos un bus que nos llevó hasta Vallenar. De ahí tomamos un bus de la empresa Incabus que nos trajo hasta Pueblo Hundido. Nos bajamos en el lugar donde Incabus tenía su agencia, curiosamente, ese mismo lugar es ahora mi oficina de contabilidad. Yo venía con una carta de recomendación para una persona que trabajaba en Ferrocarriles. Otra persona nos ofreció ese día ir a almorzar a su restaurante. Ahí mismo le pedí si podía pasarme una pieza para quedarme. Le dije que me costaría pagarle al inicio, pero que lo haría una vez que estuviera trabajando. Yo traía algo de dinero que alguien me había dejado en Antofagasta. Fueron a dejar un sobre con dinero a la casa del suboficial a cargo. Nunca supe quién me dio ese dinero. Poco después comencé a trabajar en contabilidad con don Calixto Ruiz. A él y a su familia tengo mucho que agradecerle. Con él aprendí mucho.

¿Por qué se quedó en DDA?

Cuando se cumplió el plazo de mi relegación, al año 76, yo ya me había casado. Además, con los antecedentes que tenía, ¿a dónde iba a ir? A esa altura ya había hecho amistades. Acá la gente no discriminaba si uno era de derecha o de izquierda. Nunca me hicieron ningún problema. Tal vez porque no sabían la razón que me había traído a DDA. Me sentí muy acogido. Yo sabía que podía salir a flote trabajando. Eso sí, no me metí nunca más en política. De ahí en adelante me dediqué al fútbol. Ese fue mi escape. En febrero del 74 me pidieron que asumiera como dirigente de un club que estaba en decadencia: “Unión Pueblo Hundido”.

¿Y su vínculo con la parroquia?

Lo primero que le dije a mi señora era que si nos casábamos sería por todas las leyes al tiro. Sabía que si tomábamos una decisión había que hacerlo con solidez. Así es que nos casamos por Iglesia. La fiesta fue todo un acontecimiento. ¡Duró como 4 días! La gente me conocía, tenía hartas amistades. No es algo que hubiésemos pensado. De a poco se fue agrandando la fiesta. La misma gente lo hizo. Por eso tengo mucho que agradecer.
Pero en esa época todavía no participaba mucho en la parroquia, hasta que las dos primeras hijas tuvieron que venir a la catequesis familiar. Antes de eso yo no tenía tiempo porque me iba a jugar a la pelota. Pero en ese momento yo me hice el propósito de asistir a la catequesis. Ahí comenzó mi cercanía, la participación en la Eucaristía. En esa época estaba el p. José Serrano que me pidió que me hiciera cargo de la economía de la parroquia.

¿Cómo partió su inquietud por la defensa del agua y el cuidado del medioambiente?

Diego de Almagro siempre ha tenido problemas con el agua. Recién en los 90 se instaló la red pública. Antes de eso nos teníamos que arreglar con el agua que nos repartían en camiones.
El año 2002 ocurrió una contaminación grave del agua potable. El agua salía turbia y hedionda. No se podía tomar. Por esa razón hubo manifestaciones de toda la gente con banderas negras. Nosotros ya habíamos formado el Comité del Agua y en esa coyuntura se creó una comisión más grande con médicos y gente experta. Fue la primera vez que nos juntamos todos para reclamar. Después de varias averiguaciones y exámenes del agua se logró establecer que había sido una minera la que había contaminado el agua: “Agua de la Falda”, una minera que extraía oro. En las muestras examinadas había aparecido Cianuro. La gente de la minera nunca reconoció su responsabilidad y la autoridad política quería dar vuelta la hoja y tapar todo.
Fue tanta la efervescencia que al final tuvo que venir la Intendenta Yasna Provoste. Vino a una reunión en el Centro Cultural, en la que comenzó a decir que ya estaba todo normalizado, que ya no había problemas. Ahí ocurrió que uno de los asistentes tomó el vaso que ella tenía en la testera, fue al baño donde vació al agua embotellada que contenía, llenó el vaso con agua de la llave y le dijo: “Beba esta agua”. Todo el mundo en silencio miraba a la intendenta, esperando su reacción. Ella no se tomó el agua, rompió los papeles que traía y dijo: “Todo de nuevo”. Ahí se formó una nueva comisión de la cual yo era vocero. Durante todo ese tiempo tuvimos régimen de racionamiento del agua en DDA. Había que buscar una solución.
Se determinó que la única solución era instalar una planta de osmosis inversa para tratar aguas industriales. El problema es que eso iba a repercutir en un alza de tarifas. Al final terminamos pagando el agua nosotros. Se nos ofreció un subsidio por el agua potable. Tuvimos que firmar ese acuerdo. De ahí en adelante proliferaron las aguas envasadas. En una reunión que tuvimos en la Intendencia nos mostraron los análisis de agua de otras comunas de la región. Mostraban que el agua de DDA era la mejor. ¡Porque todas las otras eran peores! Hasta ahí quedó la comisión.
Pasaron algunos años y fuimos convocados a la primera participación ciudadana para un informe de impacto medioambiental de una empresa que venía a instalarse; era el proyecto minero “Jerónimo”. Y ¿quiénes eran?: la misma empresa que antes se llamaba “Agua de la Falda”. Ahí nos dio toda la rabia. ¡Los mismos que contaminaron y nunca reconocieron presentaban ahora un nuevo proyecto con otro nombre! Era el mismo gerente. Fuimos a esa reunión y lo hicimos zumbar… ese gerente todavía está por aquí…camuflado, pero está. Esa fue nuestra primera participación ciudadana. El proyecto “Jerónimo” lo pararon, no sabemos si por nosotros o por otros factores. De ahí en adelante comenzaron a llegar proyectos de diversa índole. Nuestro afán nunca ha sido boicotear los proyectos. Tratamos de aprovechar lo que la ley nos ofrece para cuidar este lugar que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos.

Ud. fue afectado por el aluvión. ¿Cómo fue eso?

En ese tiempo yo ya estaba pensando cómo disfrutar de la vida. Dos de mis hijos ya estaban recibidos. Y los otros dos en los últimos años.  Lo del aluvión fue impactante verlo y vivirlo en la casa. Cometí el error de haberme quedado. Si me hubiera pasado algo hubiese sido culpa mía. A nosotros nos fueron a rescatar a la casa y nos pidieron salir, pero yo no quise salir, pero por tontera. Uno pensaba que era como los anteriores, que no habían sido tan intensos ni tan largos. Yo pensaba que después de algunas horas bajaría el agua. Yo quería comenzar a sacar el agua apenas bajara el nivel. Pero pasaban las horas y no bajaba. Eran las 5 de la tarde y todavía estaba aislado. Por mi casa comenzó a entrar el agua como a las 7:30 de la mañana. Ahí logré que saliera mi esposa, y yo me quedé. Como a las 9 vinieron para sacarnos, pero el cargador quedó atascado. A las 5 de la tarde nos fueron a buscar en otro cargador que logró pasar cuando bajó un poco el agua. Estaba dada la alerta de que la gente de ese sector tenía que salir. Después llegó el aviso de que a las 6 de la tarde llegaría otra oleada de agua. No sabíamos cómo salir, pues estábamos rodeados por el agua. Armamos un sistema de dos cuerdas para poder pasar para el otro lado. Eran unos 30 metros. Se subió el primero a tratar de pasar y se hundió mucho, con lo cual nos dimos cuenta de que era muy peligroso. Yo llegué a pensar: “Hasta aquí no más llego”. Cuando bajó un poco el agua pudimos subirnos por una plataforma hasta el balde de un cargador frontal. Así pudimos salir. A las 8 de la noche fue tremendo.
Dos días después me atreví a ir a mirar. Hasta a los camiones se los había llevado. Mi casa quedó con 1 metro y medio de barro. Perdí todo. Mi mayor preocupación era el trabajo. Así es que limpié la oficina y logré volver a trabajar muy pronto. Esto fue el 2015. Recién el 2017 vine a darme cuenta de todo lo que había vivido. Me vino una depresión: no quería levantarme ni ir a la oficina. Y cuando estaba en el trabajo solo quería que llegaran las 8 de la noche para irme a la casa. Hasta el día de hoy tengo cuestiones atrasadas que tengo que solucionar. No quería saber de nadie más.
La parroquia nos facilitó una casa donde nos instalamos. Después de un tiempo no quería salir de ahí, no tenía energía ni ánimo para cambiarme a nuestra nueva casa. Mi señora me animó para que nos mudáramos.
Ahora analizo bien la cosa y pienso que deberíamos habernos ido de DDA.

¿Por qué?

Porque creo que, en lugar de avanzar hemos retrocedido. Me siento defraudado. Uno espera estar mejor de lo que estaba, pero no hemos avanzado nada; seguimos con las mismas peleas tontas de siempre. Tengo la impresión de que la gente no tiene conciencia de lo mal que estamos. La gente que tiene que hacer las cosas, lo único que buscan es ganar más plata. Todo se mueve por un fuerte personalismo, la búsqueda de la conveniencia personal. Creo que podríamos hacer las cosas mejor y no costaría nada. Lo único que la gente quiere es que les den la pasada para ganar plata. Una vez que tienen el papel que los autoriza en la mano, hacen lo que quieren. Lo que falla es la autoridad que no se pone del lado de la gente, sino que se ponen como aliados de las mineras. Las mineras hacen mucho lavado de imagen, apareciendo como empresas benefactoras de la gente. Lo que hay detrás es un desastroso modelo económico que tenemos que cambiar.



N° 33 - Martes 20 de Marzo de 2019 
Inspirados por Enrique Moreno -


MISIÓN ATACAMA

N° 33 – Martes 20 de Marzo de 2019
Comunidad Atacama SS.CC
Diego de Almagro





INSPIRADOS
POR ENRIQUE MORENO


Primer aniversario de la pascua de Enrique Moreno

El domingo 10 de marzo celebramos el primer aniversario de la pascua de Enrique Moreno. Corrimos un poco la fecha (25 de febrero) para facilitar que la gente pudiera participar. Fue una hermosa celebración, preparada y animada por la comunidad “Enrique Moreno”, más conocidas como “Las Enriquetas”.


Malfi, de la comunidad Enrique Moreno, Paola, del equipo que trabaja con inmigrantes y Raúl, nuestro diácono, compartieron aquello que más los marcó en su relación con Enrique. No deja de impresionar lo profundo del impacto que Enrique provocó en tantas personas ¡y en tan poco tiempo! Eso es reflejo de una vida completamente volcada al servicio de las personas. Una vida que ya estaba sólidamente anclada en la amistad con el Señor. Por eso Enrique Moreno no es solo un recuerdo. Es también una inspiración.


Aprovechamos de agradecer también a la familia de Enrique que ha seguido vinculada con nuestra parroquia, ayudándonos, por ejemplo, con las cajas de Navidad que pudimos llevar a tantas familias necesitadas. 

Recordamos también a Enrique cada vez que sale al aire el programa Aclaró en el 98.3 de Radio Bahía, pues cada sábado a las 9 de la mañana es su voz la que abre el programa. Esa presencia de hermano mayor, de testigo fiel, nos alienta y nos da confianza para el camino.

Fiesta de la Candelaria 2019

Del 1 al 4 de febrero nos fuimos a Copiapó para la fiesta de la Candelaria. Este año participaron de la parroquia los bailes “Comanches, Guardianes de la Virgen del Carmen”, “Baile Mixto número 1, Virgen de los Dolores” y “Caporales de la Virgen del Carmen”. 

Fue un tiempo de fiesta en que agradecimos todo lo que hemos recibido del Señor y volvimos a encomendarnos al amparo de la Candelaria. Para los bailes fue una experiencia gozosa de volver a encontrase con personas que vienen de diferentes lugares del país. En la Candelaria se reencuentran las familias. Asimismo, fue un tiempo para reconciliarse, volver a mirarse como comunidad que camina unida. En efecto, algunos bailarines habían partido a la Candelaria sin mucho ánimo: los conflictos en el baile habían sido frecuentes, estaba cundiendo el desánimo. Sin embargo, la fiesta hizo el milagro de sanar, animar y reconciliar.


Durante esos días aprovechamos de celebrar el cumpleaños de nuestro párroco Alex Vigueras (el 3 de febrero). Una celebración muy producida y preparada (a decir verdad, improvisada, chiquitita… queda el desafío para el 2020) en la que hasta cantamos el cumpleañosfeliz acompañados con banda de bronces. Fuera de broma, fue una celebración sencilla y llena de cariño.

Tenemos la impresión de que la fiesta ha sido eficaz en comunicar alegría y ganas de seguir adelante a la pastoral de los bailes religiosos. Eso se reflejó en el buen espíritu que se vivió en la primera reunión que tuvimos como asociación. Además, se nos comunicó la buena noticia de que este año se refundará el ya legendario “Baile Rojo”.  

A partir de este año será Gabriel Horn el hermano que acompañará a los bailes religiosos, en reemplazo de Javier Cárdenas.

Jornada del Consejo Pastoral Parroquial


Los días sábado 9 y domingo 10 de marzo se realizó la jornada de inicio de año del Concejo Pastoral Parroquial. Nos fuimos a una casa de jornadas que está en la Playa Loreto, cerca de Caldera. Fueron dos días de trabajo intenso y de pasarlo bien juntos.

Comenzamos la jornada con un trabajo en grupos en que cada uno contó cuáles habían sido las alegrías, tristezas y preocupaciones del último tiempo. Fue una experiencia conmovedora escuchar a cada uno de los que abrió su corazón con total transparencia. Esto nos ayudó a tomar conciencia cómo, a menudo, lo que le pasa a las personas queda en un plano secundario, absorbido por el trajín pastoral de cada día. Nos sentimos invitados a cuidar la dimensión del encuentro y el diálogo como nota fundamental de nuestra pastoral.


Luego nos dedicamos a estudiar los nuevos estatutos del Consejo Pastoral: objetivos, modo de funcionamiento, integrantes, etc. Hay que reconocer que quedamos un poco decepcionados al ver que los nuevos estatutos no logran superar una concepción clericalista. Nos pareció que todavía el párroco tiene demasiadas atribuciones y, lo más importante, esperábamos una función del Consejo que fuera no solo consultiva, sino también resolutiva. En todo caso queremos comenzar a vivir en nuestro Consejo aquello que podría marcar una presencia más protagónica del laicado, que sirva de antídoto al virus clericalista que tanto daño ha causado en la Iglesia.

También nos dedicamos a pensar cuáles serían los ámbitos más relevantes de la tarea misionera de la parroquia para este año 2019. Hubo bastante consenso en que debemos dedicarnos, sobre todo, a la pastoral juvenil que ha estado de capa caída en el último tiempo. De la presencia de jóvenes depende la vitalidad de hoy y futura de nuestra comunidad. Vimos también que debemos cuidar y estimular la vida de las Comunidades Cristianas de Base (CCBs), promoviendo la formación de nuevas comunidades y animando a las que están más frágiles. Aparecieron también como tareas prioritarias la defensa del medio ambiente y la preocupación por los migrantes. 


Conversamos también sobre la manera de realizar la reunión del Consejo, buscando las formas de recoger mejor la vida de los diferentes grupos pastorales, dando espacios para que todos puedan participar.

En fin, quedamos con la sensación de haber vivido unos días en los que apareció el cariño que nos tenemos unos por otros y las ganas de servir a la comunidad. Especial mención merecen las personas que nos ayudaron en la cocina: Carmen, su hija Verónica y su nieta Trinidad, que nos deleitaron con exquisitos manjares e hicieron de esta jornada un evento inolvidable (también por los kilitos de más que nos llevamos de vuelta). Agradecemos también a Ninoska y Danieska que nos ayudaron con la locomoción.  

Rostros 
Claudio Carrasco ss.cc.

Claudio es el hermano que se integró a nuestra comunidad de Atacama. Por eso aprovechamos de hacerle algunas preguntas para que lo conozcamos más en profundidad.


Cuéntanos algo de tu niñez y de tu familia

Nací el 10 de noviembre de 1973 en Santiago. Mi madre se llama Luz, mi padre Arnoldo. Tengo una hermana un año menor, Isabel, y un hermano 10 años menor, Felipe. Con mi hermana hicimos juntos toda la enseñanza básica. En esa época vivíamos en Malloco.

El accidente que sufrí aproximadamente a los 7 años cambió mi vida y la de mi familia. Venía en una micro repleta de gente por el camino a Melipilla, sentado en una banca en la parte de atrás (así era en los buses antiguos). Repentinamente el chofer perdió el control y caímos en una zanja, con la mala suerte que el bus cayó de cola, razón por la cual recibí todo el impacto de las personas que me aplastaron. Nos tuvimos que trasladar a Santiago por mis tratamientos, dado que había quedado con múltiples lesiones: fracturas en la mandíbula, en la pierna, un injerto que tuvieron que hacerme en el pecho. No tengo muchos recuerdos de niño por eso mismo, tengo solo algunas imágenes, como fotografías. Me acuerdo del tiempo de recuperación con fierros en la cara, con la pierna colgando también con unos fierros para volver a armarla. Fue un tiempo en que leí hartas historietas. Podía comer solo crema de leche y quesillo; comí tanto que me hastiaron hasta ahora.

En esos años mi papá quedó cesante, porque trabajaba en Crown, una empresa que se dedicaba a hacer las tapas de las bebidas y los envases de bebidas y conservas. La crisis de los 80 y el cambio de obreros por máquinas provocó un despido masivo. En Santiago vivíamos en una casa que nos prestó un tío. Mi papá tuvo que empezar a trabajar en la construcción, que fue lo único que pudo encontrar rápido. Y eso, a la larga, tuvo consecuencias importantes en su salud. Esos fueron períodos de mucha pobreza, porque mi papá se gastó todo lo que tenía en los gastos de la casa. Era tanto que muchas veces teníamos solo la opción del pan y el té, y los almuerzos en el colegio. Teníamos que ir a pedir fiado a los negocios y, muchas veces, ya no nos querían fiar por las deudas que teníamos. Después, nos fuimos a vivir con nuestra abuela materna. Y, después que falleció, nos quedamos a vivir en su casa. Con mi hermana nos cambiaron -para hacer el sexto básico- al colegio Domingo Savio de los Salesianos. Ahí conocimos al cura Hugo que fue muy cercano con nosotros, nos ayudó bastante: nos daba ropa, zapatos, nos daba ánimo. Eso fue bien marcante. Fue un tiempo bueno. Era un cura que estaba enfermo y, por eso, aparecía solo de vez en cuando en el Colegio.

¿Algún otro recuerdo de tu de juventud?

Después nos fuimos a vivir a comuna de Pedro Aguirre Cerda. Estuvimos  allí,  en un colegio municipal cursando 7 y 8vo y luego la educación media. Mi hermana se orientó hacia lo Comercial en el INSUCO y yo estudié electricidad en un colegio de la Sociedad de Fomento Fabril. En ese tiempo comencé a tener mayor participación en lo estudiantil, tanto en la confederación de estudiantes de colegios secundarios, como en el centro de estudiantes del colegio; yo representaba a los alumnos ante el consejo de profesores. Además, me conseguía pequeñas pegas en la biblioteca y en el departamento técnico. También me pedían -como me iba bien en los trabajos de planos- que hiciera las letras de los diplomas de todos los cursos que egresaban del Colegio, utilizando los mismos moldes que se usaban para los planos. Como nunca fui bueno para las matemáticas -y en el colegio, de 14 ramos que teníamos 10 eran matemáticos- fue bien sufrida mi enseñanza media. Lo técnico no me costaba, pero lo matemático sí. Salí a duras penas, pero salí.

¿Cómo conociste la Congregación?

Mientras vivía en Pedro Aguirre Cerda y estudiaba en el Liceo, un compañero de curso participaba en las colonias urbanas de la parroquia San Pedro y San Pablo y nos invitó a hacer una fiesta para reunir fondos para el paseo de fin de año de su curso del colegio. Me vinculé con este grupo donde él participaba. Hicimos una fiesta comercial y ahí conocí el grupo de las colonias urbanas. Al poco tiempo me integré al equipo, primero como tío y, luego, como dirigente. Eso fue desde el año 1987 a 1992, más o menos. Conocí a los hermanos que trabajaban en la comunidad san Juan y san Pablo: Sergio Silva, Eduardo Pérez Cotapos, Rafael Domínguez, que era estudiante; conocí también como estudiante a Fernando León que trabajaba en otra capilla.

¿Qué fue lo más relevante en el tiempo de la formación inicial en la Congregación?

Me costaron mucho los estudios. Yo venía de un colegio técnico en el que los ramos humanistas eran muy pocos. Fue difícil entrar en el mundo de las letras. Me di varios porrazos con hartos ramos reprobados, sobre todo en filosofía. Con el tiempo uno empieza a entender más. No como me hubiera gustado por las notas, pero sí por los niveles de comprensión a los que llegué, sabiendo todo lo que me había costado avanzar.
En la Congregación me gustó mucho el trato horizontal entre los hermanos mayores y menores. Se vivían relaciones llanas, cercanas. En mi discernimiento vocacional había conocido otra Congregación en la que las relaciones eran verticales, duras, de distancia. Creo que por eso me llamó tanto la atención lo que vi en los ss.cc.

Durante algunos años estuviste en Perú como misionero, cuéntanos algo de esa experiencia.


Efectivamente, estuve en Perú desde el año 2008 al 2011, en un pueblo de la selva llamado San Juan del Oro. Fue un tiempo bueno. Lo que uno agradece es la posibilidad de vivir en un ambiente totalmente distinto, en un país distinto. Allí uno tiene que aprender a ser humilde, en el sentido de aprender de las costumbres y de lo que al otro le interesa y le gusta, en un lugar donde tú no tienes la última palabra, porque siempre la naturaleza tendrá la última palabra. Tú puedes hacer programas, pero la naturaleza dirá si lo podrás llevar a cabo o no (por las lluvias, cortes de camino, accidentes, etc.). Es gente muy amable, muy cariñosa. En la vida del pueblo se hace la experiencia de que la vida está conectada con la naturaleza. Me quedó grabada una frase que alguien me dijo una vez: “Nosotros salimos cada mañana tomados de la mano de la vida y de la muerte, y solo con una de ellas regresamos a casa”. En esa cultura uno va entrando donde la gente va abriendo las puertas y los corazones. Yo buscaba siempre entender y comprender. Poco a poco me fui conectando con lo que para ellos era importante: el amor a la vida, a la fiesta como celebración del tiempo que uno pasa en la tierra. No se puede concebir una vida en el altiplano o en la selva sin la fiesta, sin el agradecimiento a Dios, a la Pachamama: por los dones, por la familia, por la historia, por todo lo que les regala.

¿Qué te significó ser párroco de San Damián de Molokai durante 7 años?


Lo más relevante es la conciencia de que uno está para ayudar y para servir. Traté de tomarme bien a pecho lo que significa ser párroco, en el sentido de la cura de las almas y en el sentido de que se te encomienda una comunidad para que la acompañes, no solo en lo litúrgico, sino ser acompañante al estilo de Jesús pastor. Eso ha sido desafiante y también me produce tristeza, porque cuando uno toma conciencia de las limitaciones personales, se siente en deuda. A la distancia veo lo que pude hacer mejor. Estos años de párroco pude aprender a descubrir cómo Dios me llamaba en el servicio en el que me había comprometido. Fui tomando conciencia de que no era solo la Congregación la que me encomendaba este servicio, sino también la Iglesia de Santiago y la propia comunidad que me recibía. No fue fácil estar en Damián, porque uno entra a la historia de una comunidad;  que es la suma de tantas personas, tantos dolores, tantas alegrías. Y cuando uno se mete no queda inmune a esos mismos dolores y cansancios. En un servicio así hay muchas cosas de las que te enteras y otras no, muchas cosas en las que no puedes participar por ser una parroquia tan grande con seis capillas y la sede parroquial. Ahora estoy agradecido porque el Señor me permitió vivir una historia por 7 años en esta comunidad que me enseñó a seguir los pasos de Jesús  al estilo de Damián de Molokai.

Una iniciativa importante en estos años fue el comedor para personas de la tercera edad, ¿cómo surgió esa idea?

Esto comienza no por iniciativa mía. Aquí fui como los delanteros en el fútbol, cuando hay oportunidad para una jugada de gol. Así una de las personas de la pastoral social, Ana Tejo propuso el proyecto y nos comenzamos a preguntar -a propósito de la misión en Santiago- cuáles eran los frentes donde había que actuar. Ella había se había capacitado y captado que los adultos mayores del sector, si bien es cierto tenían dinero para poder cocinarse, no tenían capacidad de hacerlo y estaban mal alimentados; entonces, los grados de desnutrición iban aumentando, así como la prevalencia de diabetes. Nos dimos cuenta de que el problema no era solo la salud física, sino también la salud mental. Las personas de la tercera edad terminaban comiendo solos y eso los iba enclaustrando y les dañaba la salud. Entonces el comedor surgió con esos dos objetivos: ayudar en la situación más concreta de la alimentación y, también, lo que tiene que ver con la salud mental y espiritual. Actualmente funciona de lunes a viernes con unas 45 personas. Se mantiene con donaciones y el trabajo de personal voluntario. 

Otra experiencia relevante ha sido la escuela de español para haitianos ¿cómo fue que se creó ese espacio?

Todo comenzó cuando los hermanos haitianos comenzaron a hacerse visibles en el sector parroquial. Comenzamos a conversar con ellos y nos dimos cuenta de que el mal manejo del idioma les dificultaba encontrar trabajo. Le pregunté a una profesora normalista jubilada si se animaba a trabajar en la enseñanza de español. Ella aceptó. El inicio fue muy rápido. Teníamos que empezar para saber lo que necesitábamos. Llevamos ya 3 años. Actualmente no hay una gran cantidad de alumnos como lo hubo el primer tiempo. En esto nos ha ayudado mucha gente, cada uno ha aportado desde su experiencia. Además del español se enseñan también chilenismos y formas de relacionarse propias de Chile. Funciona de lunes a jueves, desde las 19:30 a las 21:00.  También es una posibilidad para acompañarlos en situaciones más complejas. Les damos ropa y un poco de alimento, un grupo de voluntarias se dedicaban a esto y algunos grupos de las comunidades se sumaron a este servicio algún tiempo. En todas nuestras clases siempre hay algo que comer, para que ellos puedan aprender y descansar, pues habitualmente vienen de jornadas extenuantes de trabajo o búsqueda de trabajo sin haber comido nada. También les ayudamos en los trámites de extranjería cuando era posible  y en lo relacionado a los contratos de trabajo.


¿Qué sientes al llegar a Diego de Almagro?

Desde una perspectiva más vocacional, creo que el Señor nos va llamando siempre a servicios muy distintos y he tratado de estar siempre dispuesto a ir donde me pidan, aunque también yo tengo sueños que espero que en algún momento se puedan concretizar. Para mí es importante el servicio donde sea. Diego de Almagro es totalmente nuevo para mí. Había estado en lugares con mucha vegetación y abundante agua (Valdivia, la selva del Perú), y ahora me toca vivir en un lugar muy distinto…distinto y bello. Para mí la mayor dificultad no es el lugar geográfico donde llego, sino aprender a conocer a las personas, relacionarme. Dejar que Dios hable y nos diga por dónde tenemos que ir en este camino. Yo estoy contento. La llegada a Diego de Almagro fue bella, desde la llegada en la oscuridad de la mañana con una neblina muy espesa. Me he sentido cómodo con la temperatura. Me he sentido en mi casa. Confieso que el hecho de pensar que ahora comienza una historia nueva me pone algo ansioso. En estos días estoy en un proceso de trabajo con mi dentadura y eso no me deja tan libre como para estar en Diego ahora ya. 
En los días que estuve en Diego participé en la jornada del Consejo Pastoral Parroquial. Quedé con la sensación de una comunidad que está buscando, que tiene opinión. Es una comunidad que lucha y busca avanzar. Me llamó la atención la preocupación por el medio ambiente, por el fortalecimiento de las comunidades de base (que para mí son muy importantes, pues ellas son la comunidad de Jesús: que escucha al maestro y abre ojos y oídos para captar lo que está pasando y ponerse en acción), la búsqueda de servir al Señor en los bailes religiosos (que son expresión de que Dios no nos deja solos y a cada uno le da la posibilidad de servir y amar a través de los dones que le ha dado: la música, el baile, el colorido).